martes, 12 de febrero de 2013

La culpa es tuya.



Las mujeres a tu edad solo quieren sufrir. Entonces, sufre. ¿Vas a despertar de la noche a la mañana? Bien sabes que no. Pero ojalá, ¿eh? Ojalá vieras lo que has de ver, y vislumbrar así todo el sentido de la existencia.  Pero has de sentir primero lo que debes sentir. Y no es sufrimiento. Dime, ¿cuán bella es la culpa ajena? No me pongas esa cara. ¿Quién si no te hace sufrir de esa manera, zarandeando tu corazón como péndulo desbocado? Siempre es algo ajeno. Tus padres, tus amigos, tu trabajo, tu novio, tu vida. ¿Y dónde entras tú en el reparto de castigos? ¿Acaso no eres tú la última responsable? ¿De quién son estos órganos sangrantes que a mis pies traes para sanar? Yo vivo una vida recta y medida, entonces te puedo hablar con la prístina lengua.

La culpa es tuya.

Oh, sí, hermana.

La culpa es tuya. Y siempre lo fue.

Ahora lloras, pues la luz que pongo ante ti prende de un incienso viejo y resulta fuerte. Este puede ser tu parto o tu naufragio, o cualquier suerte de metáfora que puedas vislumbrar. Al principio es duro, no te voy a engañar. Entonces elijes la vida, y la elijes con riqueza. Si culpa tuya, acierta siempre. Hazte intocable. Tú creas tu mundo, siéntete pues Diosa. Castiga tu error como aplaudes tu don. Está en ti, tía.

Muy bien. Mucho mejor sin lágrimas. Mucho más guapa. Estás serena de nuevo, y comienzas el camino. Puedes saber la verdad ahora.

La verdad es que estoy enamorado de ti. Lo estoy tanto que me llega a la profundidad del alma y me revelo a mí mismo como un espíritu desnudo. Estos años he padecido en la sombre el discurrir de tu existencia, tan cerca como lejos de mí. Me he tenido que alejar de ti para comprenderme y hacer una maestría de mi propio ser. Es por eso que, ahora que llegas al límite de tu larva, te hablo de viento, sol y flores. Te trato como mariposa.

No digas nada. Empiezas a sentir, y pronto a ver. Resultarán pueriles tus recién nacidas palabras en este momento. Mejor levántate y vuelve a la fiesta. Yo seguiré fumando.

No olvides que el amor de un noble y el desprecio de un borde son la suerte de metáforas en las que tú quieras vivir.

Tráeme algo de hielo cuando salgas, anda.